SpaceX ha alcanzado un nuevo récord en su camino hacia el dominio del internet global: ya puso en órbita más de 10.000 satélites Starlink desde 2018. El lanzamiento que superó esa cifra ocurrió hace pocos días, cuando un cohete Falcon 9 envió otros 56 satélites al espacio. Con esta misión, la número 132 de este año, la empresa de Elon Musk igualó su propio récord anual de lanzamientos.
El objetivo de Musk es ambicioso: llevar internet de alta velocidad a cualquier parte del mundo, incluso a zonas rurales, barcos o lugares sin conexiones terrestres. Para lograrlo, llena la órbita baja con satélites que se conectan a terminales en tierra sin interferencias.
Sin embargo, este crecimiento trae problemas graves: la basura espacial y el bloqueo del cosmos.
Congestión orbital y basura espacial
Según el astrónomo Jonathan McDowell, de los más de 10.000 satélites lanzados, unos 8.600 siguen activos. El resto fue retirado de forma controlada para evitar chatarra. Cada satélite dura unos cinco años y luego se desorbita para quemarse en la atmósfera. Pero el volumen total en órbita baja crece rápido.
SpaceX tiene permiso para hasta 12.000 satélites, pero pidió autorización para 30.000 o incluso 42.000, lo que multiplicaría la cantidad actual.
El síndrome de Kessler
No solo SpaceX: Amazon con Project Kuiper, Europa y China también construyen constelaciones. Esto aumenta el riesgo de congestión. Los científicos alertan sobre el síndrome de Kessler, un efecto en cadena donde un choque entre satélites genera fragmentos que impactan otros, creando un caos incontrolable.
Impacto en la astronomía
Otro problema es el brillo de los satélites Starlink, que aparecen como líneas brillantes en las fotos de telescopios, interfiriendo con observaciones. SpaceX agregó recubrimientos para reducirlo, pero no basta. Astrónomos denuncian que es cada vez más difícil obtener imágenes limpias del cielo nocturno, y algunos observatorios ajustan horarios o procesan fotos para eliminar trazas.
¿Quién controla el cielo?
El espacio se llena de objetos artificiales, pero las reglas internacionales van lentas. Las normas actuales son de una era con pocos lanzamientos. La órbita baja es un recurso finito y disputado, sin una gestión clara.
Aunque Starlink acerca el futuro digital a todos, plantea un dilema entre progreso y sostenibilidad. Si no hay límites y acuerdos globales, el espacio podría saturarse.




