“Dios mío, un día sos joven y al otro te levantás temprano para llevar bateas a Gigante Mega Disco”, escribió Roberto Pérez, entre risas y recuerdos. Su mensaje, publicado en redes, se volvió rápidamente una postal emocional de los comodorenses que alguna vez cruzaron las puertas del icónico boliche de la calle Ameghino, testigo de noches interminables, amistades y primeros amores.
Gigante no era solo un lugar. Era una época, un símbolo de juventud en una ciudad que siempre se movió al ritmo del viento, del trabajo y del deseo de encontrarse. Allí, bajo las luces de colores, la música sonaba como una promesa: que todo estaba por empezar, que el mundo era enorme y el tiempo, infinito.
Roberto, con humor y un dejo de nostalgia, resumió en pocas líneas lo que muchos sienten al mirar atrás: el paso del tiempo y la transformación inevitable de la vida cotidiana.
“Sean felices, no jodan a nadie, no jodan con la bocina y usen las putas luces de giro, que uno no adivina para dónde quieren ir y el camión no frena como un auto”, escribió, entre ironía y ternura, como quien lanza una verdad al aire y se ríe de sí mismo.
En esa mezcla de añoranza y realismo se esconde la esencia de una generación que creció en los 90 y los 2000 en Comodoro, entre la música, las rutas de ripio y los fines de semana donde todo parecía girar alrededor de un lugar: Gigante.